euritmia - poemas por Francisco Ayudarte Granados
Behetría de Mar a Mar
Existen buenos poetas vocacionales, muy poco conocidos, cuya obra -breve o extensa, en todo o en parte- no muestra objetivamente peor calidad que la de otros que se encuentran en la "nómina" de las editoriales o/y de las instituciones y que mueven un mayor o menor mercado de intereses variados y casi siempre mediocres, porque el genio literario es -como todo genio, por definición- muy escaso.
Al poemario de uno esos buenos poetas de vocación, nada infrecuentes, quisiera referirme hoy. Me refiero a "Behetría de mar a mar", ópera prima y, sin embargo, cabalmente obra de madurez de Nicolás Rodríguez Martín, premio “Ciudad de Motril de poesía” (1997). Por cierto, si quieren disfrutar de su lectura completa pueden hacerlo, con el permiso del autor, en esta dirección: http://www.prometeoenlared.com/Obras/behetria/behetria1.htm.
Nicolás Rodríguez, hombre de una gran inteligencia natural, seguramente nació y nada más nacer decidió ser autodidacta. Nicolás, poeta heterodoxo de fondo, manifiesta tranquilamente: “Lo descubrí de pronto. Desde niño siempre me había atraído, pero hasta hace poco no me di cuenta de que lo que me gustaba era ser payaso y hacía poesía desde el punto de vista de un payaso”. Y se queda tan ancho, sin importarle la interpretación equívoca de sus palabras, que pueden prestarse a chistes fáciles y malintencionados.
Probablemente, los maestros poéticos de Nicolás sean sus relecturas. Así, frecuenta el esteticismo trascendental de Rainer María Rilke, retorna a “El Cristo de Velázquez” (poemario de casi tres mil endecasílabos blancos escrito por don Miguel de Unamuno entre 1913 y 1920), reincide en don Antonio Machado (el poeta que decidió salir de la subjetividad del yo y experimentar la otredad, por ejemplo en la objetividad del paisaje y del pueblo de “Campos de Castilla”), resurte en el mar azul y preciso del malagueño Jorge Guillén y, desemboca allende los océanos, en el caudaloso y profético Walt Whitman. A estos maestros en sentido audeniano, habría que incorporar, entre otros, la Biblia, el Rabindranath Tagore, traducido por Zenobia de Camprubí y me atrevería a incluir también las preocupaciones filosóficas del narrador Borges.
Como lector, disfruta –además– con la poesía popular y de su expresión más tradicional, el romance; pero nos confía que pulsa este registro con demasiada facilidad, y por ello no se divierte con la composición de romances o redondillas. Por contra, entiende que cuando escribe poesía “seria”, tiene poco que decir y teme repetirse. Tal vez por eso, por creer que no disponía de nada “serio” que contar, Nicolás recuerda que hasta los cuatro años no arrancó a hablar y sus padres, preocupados, le llevaron en peregrinación –pero sin resultado– por las salas de consulta de distintos médicos.
Procedente de una familia que se complacía en la lectura, su abuela le leía cuentos infantiles mientras que su padre y su hermano le invitaban continuamente a descifrar los libros. No es de extrañar que desde los nueve años, el niño Nicolás, sentado en el sillón del cuarto de su abuela leyera todo lo leíble. “Yo soy un apasionado de los libros –confiesa-. En los años cincuenta, más que enamorarme de una joven, lo que deseaba de verdad era tener la biblioteca total que soñaba Jorge Luis Borges”. Nicolás reconoce que la literatura ha llenado su vida, entre otras cosas porque así puede imitar lo que él no es: “Cuando uno se siente más original –asegura- es cuando está imitando a alguien que admira”.
Aunque escribe desde muy joven, es a raíz de la consecución del Primer Premio del Primer Concurso de Relato “José Martín Recuerda” (1990), cuando se decide conscientemente a reordenar lo escrito a lo largo de los años y a tomarse, si no más en serio sí con mayor persistencia, su actividad creadora. Ganador de diferentes certámenes de poesía y relato, incluido en antologías y trabajos colectivos, mantiene inéditos varios poemarios. Por fin, con este primer libro en solitario, “Behetría de mar a mar”, Nicolás Rodríguez nos ayuda a completar mejor las claves del panorama literario de la Costa granadina de estos últimos diez años.
“Behetría de mar a mar”… ¿Y qué es eso de behetría? Según el DRAE, “En lo antiguo, población cuyos vecinos podían recibir por señor a quien quisiesen.// fig. Confusión o desorden”. Por el portal del título entramos ya en la nuez misma de la poesía liberada en estos trece poemas, se nos invita a avanzar por la ambigüedad aparente de las palabras, a desbrozar esa sutil anfibología, ese juego poético inventado entre la razón y el sentimiento y que Nicolás propone al lector para que éste, activamente, viva y re-cree sus poemas.
Este libro –y el título no nos engaña– es el convencimiento de que la libertad total no existe, de que vivimos en una libertad condicionada que, en cierto modo, nos impone el deber de elegir porque necesitamos de un señor, precisamos de un mapa de carreteras, de una creencia o de un canon que nos asista o nos defienda de la confusión y desorden del mundo. Behetría de mar a mar, behetría de uno a otro confín de la tierra, behetría del uno al otro extremo del ser. “Estamos obligados a elegir –afirma Nicolás– y el señor que nos obliga a elegir está dentro de nosotros”.
Pero hay otros temas o, si se quiere, subtemas más personales, más propios del poeta que se van desvelando poco a poco, sin contradecirse, sino oponiéndose en todo caso, reafirmando por contraste el tema principal. Subtemas, decíamos, como el de la intimidad, el de la timidez o pudor y el del silencio, enfrentados al grito del loco, a la impudicia de la desnudez, a la iluminación del payaso o del suicida…. Cuenta Nicolás Rodríguez que siempre se ha sentido desvalido o, a lo mejor, acobardado. “Yo nací, después de nueve meses inmediatos al dieciocho de julio, con mi madre –que en otro tiempo había mantenido sirvientes–, pobre y aterrada por el destino final que pudiese tener mi padre”. “Yo tuve que nacer asustado”, concluye.
Explica igualmente Nicolás que en sus años de adolescencia se enfrentó con una realidad que no existía entonces: con la palabra libertad. El hecho que le encaró a ese término consistió en algo insignificante: la obligación de ejecutar una acción sin demasiada importancia pero que le desagradaba. A partir de aquel momento, Nicolás descubre su libertad interior, su rebeldía individual matizada por un pudor involuntario del que dan testimonio estos versos pertenecientes al primer poema del libro: “El pudor de ser hombre me asalta en la mañana / como oscuro reloj que no mide mi tiempo”. Y prosigue: “Alguien pone el pudor que me asalta y domina”... “Indecente bufón, audaz en la sonrisa, / cuando el pudor me asalta con su oscuro reloj / voy contando las horas, soledad y silencio”.
El pudor, para Nicolás, es uno de los problemas de la libertad: “¿Por qué el pudor? ¿Por qué ese miedo a manifestarnos como somos?”, se pregunta. Y añade: “No me habría disgustado haber pertenecido a un mundo de gente desnuda”.
Otro de las condiciones de la libertad es la soledad de un yo encerrado en el cuerpo, encadenado a la carne de otro yo. Esta dualidad entre cuerpo y alma, entre el uno y el otro, aparece en el poema “Si amanece”, en donde se suceden alternativamente –deprisa, despacio- heptasílabos y endecasílabos: “estas cuatro paredes que siempre llevo puestas / son la carne y los huesos / que me tienen atado como a mar en un puerto”. Pero también los poemas “Compañero del Joven Tobías en el viaje de la Fortuna, el Amor y la Muerte”, “La mañana” y “Nacer” tienen como denominador común el de elegir como tema el del “otro”, en el sentido juanramoniano de “Eternidades”:
Yo no soy yo. Soy este que va a mi lado sin yo verlo: que, a veces, voy a ver, y que, a veces, olvido.
Asegura Nicolás, sin embargo, no sentir íntimamente ese otro yo diferente que pudiera habitarle. Pero al mismo tiempo reflexiona que, en cierto modo, somos dobles porque el hecho de ser únicos, a la vez nos hace iguales y muy distintos. Y si esto es así, ¿cómo acercarme a mí mismo si soy otro? Ese acercamiento representa un viaje en el que es fácil extraviarse, como ocurre en el poema “Dioses”: “los dioses son hombres que no saben nada, / que olvidan ser hombres, que olvidan el tiempo, / que viven y viven (las manos atadas). La libertad de “El loco que da voces” y que el poeta envidia: “ese loco, Dios mío, que ser quisiera. // El loco que da voces / a nadie por la calle. / El loco que no somos.” Y la libertad de “La víctima” Por otra parte, en “Behetría de mar a mar” se aprecia claramente una atenta vigilancia estética. El ritmo, la música es como una metáfora inacabable que recorre todo el libro, una metáfora de la armonía que el poeta busca en el propio mundo. En este sentido escribe Darío en un artículo de 1908 sobre “la necesidad que urge al alma del verdadero poeta de expresarse rítmicamente, de decir sus pesares y sentires de modo musical”. Sirva esta apostilla para subrayar que en el poemario de Nicolás Rodríguez la cadencia métrica, el cuidadoso trabajo sobre la sílaba y el ritmo no hacen sino acentuar la necesidad de orden y concordia que inspira este poemario. “La métrica –opina Nicolás- ayuda a expresar lo que uno quiere; parece un obstáculo, parece imposible, pero yo estoy de acuerdo con esta idea”. Desde el punto de vista métrico, en la elección del alejandrino (7+7) y del endecasílabo, con acento al menos en sexta sílaba y alternado con versos heptasílabos, Nicolás reconoce la influencia del modernismo de Rubén Darío. Y, aunque nada tenga que ver con la preceptiva, puede interesar la advertencia de que también existe en Darío una temática existencialista o angustialista, representada en poemas como “Lo fatal” o “No obstante”, y en los que se puede hallar cierto paralelismo con el pensamiento/sentimiento unamuniano, que sí podemos sentir reverberado en “Behetría de mar a mar”. Así mismo, hay que mencionar la imaginativa utilización del léxico y de los recursos literarios en “Behetría de mar a mar”: así, el empleo asiduo a figuras lógicas como la paradoja, la explotación constante de la metáfora o la invención sagaz de neologismos (“tierracarne”, “sangrenoche”). Desde el punto de vista de la estructura lingüística, llama la atención el aprovechamiento reiterado de los verbos que imprimen una característica semántica de acción a los poemas. Así, en “Behetría de mar a mar” no hay poemas inactivos, contemplativos o descriptivos, sino que, por el contrario, existe en ellos una gran viveza, un vertiginoso movimiento dinámico y narratorio que los verbos imprimen a los pensamientos. Finalmente, quisiera terminar esta breve e incompleta explicación de “Behetría de mar a mar”, con esta sencilla observación: Si se le pregunta al poeta por tal o cual poema, él os podrá contar, como me contó a mí, la circunstancia personal en que fue compuesto, si lo pergeñó paseando o lo versificó con el pensamiento puesto en alguno de sus hijos, en un amigo o en su hermano. Sin embargo, todo esto está velado pudorosamente (excepto cuando una dedicatoria explícita antecede al poema). Y es que, siguiendo a Machado en sus notas de “Los complementarios” (seguramente escritas en 1920), para Nicolás Rodríguez “Lo anecdótico, lo documental humano, no es poético por sí mismo” y, en consecuencia, “se proclama el derecho de la lírica a contar la pura emoción, borrando la totalidad de la historia humana”. De “Behetría de mar a mar”, como quisiera Machado de “Soledades”, está “íntegramente proscrito lo anecdótico”.
|